ORÍGENES DE LA SEMANA SANTA DE MEDINA DE RIOSECO

Aunque los orígenes de la celebración de la Pasión y Muerte de Cristo en Medina de Rioseco se pierden en el tiempo, hemos de centrarnos en el marco cronológico de los siglos XVI al XIX, es decir, en el periodo en el que nacieron, se desarrollaron y desaparecieron o se transformaron las cofradías penitenciales.

Ellas fueron las que gestaron y conformaron las bases del fenómeno semanasantero que pervive actualmente. La antigua villa de Medina de Rioseco comenzó un proceso de total transformación a finales de la Edad Media. A partir de la segunda mitad del siglo XV, y durante buena parte de la centuria siguiente, la localidad experimentó un importante crecimiento demográfico (superando los 2.000 vecinos, es decir, algo más de 8.000 habitantes).

Las murallas que ceñían el antiguo núcleo fueron desbordadas por nuevos barrios como el de San Juan o San Miguel, mientras que intramuros, el caserío se apiñaba creciendo verticalmente, con edificios cada vez más altos, sobre soportales de madera, con voladizos y canes que oscurecían las ya de por sí angostas calles. Tan sólo alguna plazuela y algunos corros permitían cierto desahogo al recorrer su entramado. Hoy en día se mantiene aún parte de este escenario que acoge cada año la teatralidad de su Semana Santa. Paralelamente, se produjo un generalizado desarrollo económico. La muestra más visible e importante fue el auge de sus mercados y ferias, que enriqueció una economía básicamente agrícola en la que comenzaron a tener gran peso las actividades artesanales.

Estas ferias se realizaban dos veces al año, en pascuilla y en agosto. Junto con las de Villalón y, sobre todo, las de Medina de Campo, fueron en esas décadas iniciales el motor económico de la región. Todo este proceso era contemplado y potenciado por los señores de la villa, los Enríquez de Cabrera, que ostentaron hasta la Guerra de Sucesión el título de Almirantes de Castilla y, desde 1538, el de Duques de Medina de Rioseco.

Este Rioseco del Antiguo Régimen, ferial, tardogótico, y sobre todo renacentista y barroco sigue definiendo a la población actual. La huella más visible se encuentra en su rico patrimonio artístico: en sus tres iglesias parroquiales, en sus monasterios y conventos, ermitas y casonas. Para trabajar en estas obras acudieron personalmente a Rioseco o aportaron su trabajo desde talleres foráneos algunos de los más importantes artistas del momento: Juan de Juni, Esteban Jamete, Cristóbal de Andino, Antonio de Arfe, Rodrigo Gil de Hontañón, Gaspar Becerra, los Corral de Villalpando, Gregorio Fernández... Algunos terminaron asentándose en la localidad, desde la que difundieron su arte, como ocurre con los Bolduque o los Sierra, escultores renacentistas y barrocos respectivamente. Justo en ese momento surgieron las tres cofradías históricas que durante toda la Edad Moderna sentaron los cimientos de las celebraciones actuales de Semana Santa: las de la Vera Cruz, Quinta Angustia y la Pasión.

La penitencial más antigua fue la de la Vera Cruz, que se fundó en el convento de San Francisco seguramente en los primeros años del siglo XVI. Este monasterio, levantado por el Almirante Fadrique Enríquez frente a su palacio y que terminó convirtiéndose en su gran panteón familiar, fue la sede de la cofradía durante los siguientes trescientos años. De hecho los Almirantes eran hermanos de honor de la penitencial. Sin embargo, para poder desarrollar las actividades caritativas y asistenciales, la cofradía muy pronto construyó un conjunto de edificios en la calle de la Doctrina que incluía una ermita (Cristo de la Convalecencia), un hospital de pobres convalecientes, paneras y varias dependencias, además de un corral de comedias que fue sustituido por el teatro municipal actual y cuyos ingresos eran una de las principales fuentes de financiación del hospital de la penitencial. En 1552 la Vera Cruz obtuvo licencia para abrir este hospital y en 1592 realizó la actual ermita, siendo la obra trazada por Juan de Hermosa y levantada por Toribio de Trabado. En la ermita del Cristo de la Convalecencia se guardaban la mayor parte de los pasos de la penitencial. Cada Miércoles Santo se trasladaban al convento de San Francisco, desde donde partía la procesión de disciplina del día siguiente. Los Jueves Santos largas filas de penitentes se disciplinaban, manchando con su sangre las túnicas blancas. Los hermanos de luz iluminaban este sacrificio y también el discurrir de los conjuntos escultóricos, que eran portados por sus respectivos gremios.

Los directivos, mayordomos, diputados y demás, organizaban el cortejo y enarbolaban las principales insignias, varas, pendones y estandartes. A esta procesión acudían, como a todas las demás, el cabildo eclesiástico y el regimiento de la ciudad. La segunda penitencial que se creó fue la de la Quinta Angustia, instaurada en la parroquia de Santa María en 1574. Siguiendo el modelo de penitencial urbana que hemos visto en el caso de la Vera Cruz, levantó muy pronto un conjunto de edificios para desarrollar su actividad caritativa y devocional, en este caso en la misma plazuela de Santa María. Haciendo esquina con la calle Mediana y Royo Angosto, construyó un hospital, la ermita de la Soledad y varias dependencias de las que sólo se conserva el salón de pasos.

Este sencillo local fue construido según las trazas de Pedro de Nates en 1664, sigue guardando los conjuntos escultóricos de la Crucifixión y el Descendimiento, y desde él se inicia, con su espectacular salida, la procesión del Viernes Santo. Nada se ha conservado de la ermita, levantada a mediados del XVII por Francisco de Buega y otros maestros, que se inauguró solemnemente en 1648. Su cabecera fue reconstruida a partir de 1689 por Felipe Berrojo, y la reforma terminó incluyendo un nuevo retablo mayor, trazado por el salmantino Cristóbal de Honorato y ejecutado por Alonso del Manzano, en el que se incluyeron algunos relieves y esculturas de Tomás de Sierra. En franco deterioro tras la Desamortización, el edificio fue degradándose hasta que en 1850 fue demolido. Esta cofradía se encargaba de organizar la populosa procesión del Santo Entierro, el Viernes Santo por la tarde. La tercera cofradía histórica fue la de la Pasión, cuya regla se aprobó en 1598.

Ésta se erigió en la parroquial de Santa Cruz, en cuyas capillas laterales guardaba sus imágenes e insignias hasta que, finalmente, se terminaron colocando en los retablos que enmarcan el acceso a la capilla mayor, obra vinculable a Juan de medina Argüelles y con relieves de Tomás de Sierra. Desde esta parroquia partía su procesión de regla, en la mañana del Viernes Santo, una procesión que se mantuvo hasta 1959, año en el que las hermandades y sus pasos se sumaron a la procesión del Jueves Santo por la tarde. Estas tres cofradías desarrollaron una intensa actividad a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Desde el principio promovieron la creación de acuerdos y hermanamientos para regular sus actividades y evitar conflictos, como ocurre con la Concordia de 1596. Durante esos siglos de Contrarreforma y Barroco fueron desarrollando una importante actividad asistencial (a través de sus hospitales) y devocional (fomentando el culto a determinadas advocaciones, como la Soledad, el Crucificado, la Vera Cruz), y fueron creciendo en número de posesiones y de cofrades.

A su favor estaba el espíritu contrarreformista emanado del Concilio de Trento, que excitaba a la celebración pública de los grandes dogmas, la disciplina y la mortificación con efecto purificante, la puesta en práctica de las virtudes, la imitación de los Dolores de Cristo y su Madre, etc. Las tres cofradías históricas, con sus múltiples funciones, integraban verticalmente a toda la localidad. En una sociedad tan estamental, los cargos de mayor representatividad eran ocupados fundamentalmente por la pequeña aristocracia local, terratenientes y comerciantes. Pero también y desde muy pronto, las cofradías integraron en su seno a los gremios, a los que se encomendaron determinadas labores, como portar los pasos. Además del dinero procedente de sus censos, limosnas, fundaciones y memorias, poseyeron un buen número de tierras de labranza, casas, paneras y otros elementos como pozos de nieve (en la fortaleza) y el corral de comedias. Su presencia en las calles era continua a lo largo del año: la petición semanal de limosnas, la asistencia a los entierros de los cofrades difuntos y de los encomendados, la celebración de sus procesiones y festividades de gloria (cruces de mayo y septiembre, Quinta Angustia, etc.) y a través de los desfiles penitenciales de Semana Santa. Desde el primer momento, en esas procesiones desfilaron algunos pasos penitenciales. Se trataba de sencillos conjuntos que representaban los dolores de la Virgen o a Cristo Crucificado. Pero inmediatamente se fueron añadiendo escenas como la Jesús Nazareno, iconografía de enorme repercusión desde finales del XVI, o el Cristo yacente.

Los pasos se fueron enriqueciendo con figuras secundarias y, a imitación de los conjuntos vallisoletanos, se encargaron a artistas de esa procedencia los grandes conjuntos del Descendimiento y la Crucifixión. De ese modo se fue creado un rico patrimonio escultórico compuesto actualmente por veintidós pasos en los que trabajaron escultores locales como Pedro de Bolduque, Mateo Enríquez y Tomás de Sierra, o foráneos como Francisco Díez de Tudanca, Manuel Borje o Andrés de Oliveros. A una iconografía propia, surgida en los talleres locales, se sumó la creada por los grandes maestros vallisoletanos, como Juan de Juni o Gregorio Fernández, cuyos modelos también se quisieron emular. Afortunadamente, la ciudad ha conservado uno de los conjuntos de pasos procesionales más completos e interesantes de la región, sin grandes disonancias, donde destacan los ejecutados en los siglos XVI al XVIII. La gran mayoría de esos historiados fueron ideados para un uso procesional, para salir en la procesión a hombros, un uso que se mantiene hoy en día: sobre los mismos hombros de distintos cofrades. Además se ha mantenido sin grandes variaciones la ruta de los recorridos procesionales, que interconectaba las tres parroquias y los principales templos de la ciudad, incluyendo los conventos de franciscanos y dominicos, teniendo como espina dorsal el principal eje de la vida social y comercial: la rúa mayor.

Como acabamos de señalar, desde muy temprano a las tres penitenciales se agregaron los principales gremios de la localidad. Éstos gremios no tenían la consideración de cofrades y casi exclusivamente se ocupaban de procesionar los pasos. De estos pequeños grupos gremiales, unidos por lazos devocionales, laborales y, sobre todo, familiares, surgirán las cofradías penitenciales actuales. Sin más recursos que las aportaciones de sus miembros, pero libres de gravosas cargas como el mantenimiento de hospitales, misas, fundaciones y obras pías, pudieron sobreponerse a la reestructuración que se vivió a comienzos del siglo XIX. Coincidiendo con el fin del Antiguo Régimen, la atonía económica, la difusión de un concepto de religiosidad distinto, el estricto control por las autoridades eclesiásticas de ciertos abusos y, sobre todo, los distintos procesos desamortizadores, produjeron la agonía de las antiguas penitenciales, que se encontraban en una situación interna crítica y sin fondos para cumplir sus funciones. Las consecuencias de la Guerra de Independencia, con episodios tan trágicos como la batalla de El Moclín (14-VII-1808) aceleraron más aún su desaparición. Pero ello no produjo el fin de los desfiles penitenciales pues, inmediatamente, los gremios se reorganizaron y recogieron el testigo, manteniendo una tradición ininterrumpida. De ese modo, confirmada la disolución o reformulación de las antiguas penitenciales, desde las primeras décadas del XIX tenemos noticia de la existencia de las nuevas cofradías, las actuales.

Ello ha posibilitado que una gran cantidad de elementos, gestos y ritos se mantengan en Rioseco casi inalterados, como hace siglos: los conjuntos escultóricos, figuras como el tapetán o los pardales, el diseño de sus túnicas, actos como el desfile de gremios y así un largo etcétera.
A través de esta rica historia se ha forjado nuestra Semana santa, una de las más personales e interesantes de la Comunidad.

PARA SABER MÁS:

  • ASENSIO MARTÍNEZ, Virginia y PÉREZ DE CASTRO, Ramón: “La Semana Santa en Medina de Rioseco: jerarquía y ritos procesionales (siglos XV-XVIII)”, Cultura y Arte en Tierra de Campos. I Jornadas Medina de Rioseco en su Historia, Valladolid, 2001, pp. 537-553.

  • GARCÍA, Eloísa y WATTENBERG, Eloísa: Museo de Semana Santa. Medina de Rioseco, Valladolid, 2003

  • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del Arte en Castilla: Escultores (Valladolid, 1941); Pintores (Valladolid, 1946).

  • GARCÍA CHICO, Esteban: Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid. Medina de Rioseco. Valladolid, 1979 (1956).

  • PÉREZ DE CASTRO, Ramón y ASENSIO MARTÍNEZ, Virginia: “Semana Santa en Medina de Rioseco”, en ALONSO PONGA, José. Luis (coord.), La Semana Santa en la Tierra de Campos vallisoletana. Valladolid, 2003, pp. 137-316.

  • PÉREZ DE CASTRO, Ramón y RUBIO DE CASTRO, Alfonso (coordinadores): Hermandad de Nuestro Señor Jesús de la Desnudez. Historia, arte y tradición. Palencia, 2010.

  • TORIBIO GIL, Pablo: La Música en la Semana Santa de Medina de Rioseco. Salamanca, 2009.

  • WATTENBERG GARCÍA, Eloísa: Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid. Medina de Rioseco. Valladolid, 2003