11 Mar 2016

Si por algo se conoce internacionalmente Medina de Rioseco es, sin duda alguna y aún a costa de su rico patrimonio artístico y cultural fruto de su glorioso pasado histórico, por la solemnidad y recogimiento de su Semana Santa, verdadero signo de identidad desde hace más de cuatro centurias.

No por casualidad, desde hace cinco años ostenta como timbre de honor la distinción concedida para poder presumir de ser un acontecimiento turístico –amén del hecho y consideración religiosos– de interés internacional. No en vano, pues en las recoletas calles y plazas de la Ciudad de los Almirantes se da cita lo más granado de la imagineria castellana: obras de Inocencio Cuesta, Pedro de Bolduque, Juan de Juni, Gregorio Fernández, José Asenjo Vega, Juan de Muniátegui, Vicente Tena, Tomás Sierra, Antonio Martínez, Díaz de Tudanca, Rodrigo de León, Mateo Enríquez, Dionisio Pastor y otros miembros de la Escuela Castellana hacen de esta Semana Santa un verdadero museo itinerante de un plasticismo excepcional y una manifestación clarividente de cómo el arte se pone al servicio de las creencias de un pueblo capaz de fusionar la fe y la tradición en una religiosidad permanente y practicante.

Se trata de una de las manifestaciones populares más genuinas de cuantas se celebran en la Cristiandad por cuanto que en ella afloran profundas devociones personificadas de tal forma que se ha llegado a afirmar que existen en Medina de Rioseco tantas formas de vivir y sentir la Semana Santa como riosecanos participan en ella. De hecho la devoción medinense se sustancia en la supervivencia de las continuas generaciones de cofrades que, con los años, han ido dando contenido, y manteniendo, las ceremonias, ritos, celebraciones y costumbres, cuyas raíces se sumergen en el sustrato histórico y tradicional de un pueblo aferrado a sus creencias y, como tal, al culto de la Cruz.

Los monjes negros, que tanto hicieron por difundir y organizar las peregrinaciones a la tumba del Apóstol Santiago, con lo que aquello significó para el afianzamiento y engrandecimiento de estos pagos castellanos y leoneses, sirvieron igualmente para difundir el misterio de la Redención y, en su virtud, para sentar los primeros pasos de lo que habría de ser, con los siglos, el culto de la Semana Santa. Hasta bien entrado el siglo XI el culto cristiano se rendía ante la divinidad de Cristo, dejando el aspecto humano del Redentor en un segundo plano. A partir de las reformas habidas en toda Europa durante esas convulsas centurias, la humanidad divina de Cristo- Redentor llega al primer plano de los sermones y corresponde a los cluniacenses aprovechar el Camino de Santiago para difundir las nuevas corrientes teológicas.

Es precisamente la Ruta de la Perdonanza el origen más remoto de las cofradías, por más que haya de hacerse notar que su motivación fundamental era la asistencial. De esta época es precisamente la primigenia Cofradía de la Vera Cruz, hoy heredada por la Hermandad de la Dolorosa que exhibe la talla atribuida a Juan de Juni y cuya imagen muestra una impresionante expresión de dolor mientras fija su mano sobre el pecho atravesado por siete puñales, que son los siete dolores de la Virgen. Vendrían después, las liturgias romanas, las prédicas de San Vicente Ferrer y su conjunción con arte escultórico, que se pone al servicio de las creencias y de la liturgia. Con esta Vera Cruz, presumen de antigüedad las penitenciales de la Quinta Angustia y la Soledad de la Virgen y la de la Pasión, que hasta el siglo XIX alumbraba al “Redopelo” y que hoy acompaña al Cristo de la Pasión y la Desnudez, de Vicente Tena. La tradición del rito semana santero y los primitivos “pasos de papelón” evolucionan hasta alcanzar su máxima expresión con el renacimiento y, sobre todo, con el barroco que sucedió al concilio de Trento y que dio a la imaginería castellana sus más señeras glorias, especialmente a partir de los siglos XVI y XVII, épocas en las que la Semana Santa de Medina de Rioseco se consolida
como una de las más señeras de cuantas jalonan la geografía hispana.

Con todo y para llegar al encumbramiento de los desfiles riosecanos, hay que remontarse a los tiempos en los que la Cruz se fue adueñando de los ritos para, en compañía de las advocaciones marianas de evidente y angustioso dolor, dar lugar a escenas plásticas de recreación realista, cuyo mayor exponente lo constituyen los “pasos” del Longinos y de la Escalera,
por utilizar la terminología popular, que en las riberas del Sequillo y sin perder un ápice de fervor interior y de reverencia, bautizan de forma asaz curiosa a todas y cada una de las imágenes que desfilan en las diferentes procesiones.

De tal guisa se enseñorean de los desfiles procesionales la Cruz y los Crucificados, que en 2011 se añadió la procesión del Martes Santo, en la que, acompañado por su propia banda, cuyos miembros son también los portadores, aparece el Cristo de la Clemencia, rescatado para la ocasión desde su pedestal del convento de San Francisco. El patrimonio semanasantero de Rioseco, felizmente recogido en un museo ad hoc, se ha ido conformando y engrandeciendo hasta el punto de que algunos de sus conjuntos son de reciente adquisición.

Cinco siglos de creatividad artística puesta al servicio de la fe en los que se dan la mano el más antiguo, la Piedad, de una sola pieza de nogal, debido a la gubia de Rodrigo de León, con los más recientes: el Cristo de la Desnudez, la Verónica y la Borriquilla. Es el “paso” de la Borriquilla, de Inocencio Cuesta, con el que se inicia el corolario de las procesiones riosecanas, uno de los conjuntos procesionales más recientes de cuantos tienen lugar en las calles de Medina de Rioseco.

Independientemente de la representación iconográfica de la escena procesionada, resulta altamente significativo el hecho de que sean las cofradías infantiles las que acompañan a la imagen portando palmas en triunfo solemne, mientras el Triunfante trastoca en calles de Jerusalén las recoletas rúas riosecanas por las que desfila la imagen de Inocencio Cuesta,
que los niños riosecanos adquirieron allá por los años veinte, aportando cada uno de ellos una peseta, en ese compromiso de la sociedad terracampina con la Semana Santa de Medina de Rioseco, con su Semana Santa.

Una identificación popular que tiene presta ya a la Ciudad de los Almirantes y sus gentes para los ritos, los oficios y las procesiones. La procesión de las Palmas habrá de dar licencia a los vía crucis, los rosarios penitenciales y los desfiles procesionales en general que concluirán una semana de recogimiento, luto, fervor sincero y fe entregada con esa explosión de júbilo que es la Pascua de Resurrección. Porque nada sería de la Semana Santa cristiana sin ese canto de esperanza que significan el encuentro del Resucitado con la Virgen de la Alegría junto al arco de Ajújar.

Nada sería Medina de Rioseco sin su Semana Santa y nada sería la Semana Santa sin Medina sin Medina de Rioseco.
MARÍA JOSEFA GARCÍA CIRAC
DOLOROSA DE JUNI. Foto J. I. Santamaría. Consejera de Cultura y Turismo