24 Feb 2016

Una noche más había ido repasando en mi memoria el orden y concierto silencioso de los pasos en reposo. Como siempre, todos estaban en muda espera del día de procesión y pasaban ante mí en una ordenada secuencia. Nada turbaba la quietud del tiempo previo a la eclosión anual.

La noche envolvía amorosamente las tallas y tableros tan arduamente conseguidos por el tesón de nuestros antepasados. Los pasos inmóviles, para ser observados en espesura de silencio que, de repente, rompió un sayón de la Flagelación azotando con persistencia inmisericorde la espalda de Jesús.

El dolor recorrió mi desvelo que recibió un nuevo sobresalto cuando Cristo, Nazareno de Santiago, echó la pesada cruz a sus hombros e inició el camino del Calvario que la Verónica alivió con su paño.

Más adelante, Nuestro Señor se estremeció en el conocimiento de lo que estaba por venir y no impidió su Desnudez. Los pasos iban cobrando vida y avanzaban hacia un destino incierto, en una rápida y continua sucesión de imágenes alterando mi empeño.

Longinos certificó con su cruel lanzada la muerte del Señor y la Virgen, contrayendo su rostro, recibió el dolor en su costado. Por más que intento recordar, no sé precisar cómo Cristo, yacente en el Sepulcro, retornó a la vida y comenzó a celebrarse la alegría de Jesús Resucitado. En ese momento, alguien miró a nuestro alrededor y vio que faltaban, y dijo: estamos seis pero somos diecisiete, sin todos no somos nadie. Nuestra historia es incompleta, vamos a despertarlos.
 

La Crucifixión dio paso al fin del martirio y Nicodemo y José de Arimatea, a través de la Escalera, procedieron al Descendimiento del Señor.

Jesús, en su Sepulcro, recordó el rostro pleno de Piedad de la madre por el infortunio del hijo muerto en su regazo y el profundo dolor de la Soledad en que quedó sumida. Jesús Resucitado despertó al ángel consolador de la zozobra en el Huerto de los Olivos pero no pudo evitar el sufrimiento de la Virgen Dolorosa; «Y a ti, Madre, una espada de dolor te atravesará el corazón...».

Cristo en su Desnudez no eludió su destino y ascendió a la cruz de la Pasión para ir apagando su vida y, asumiendo el trance de la muerte, quedó en la Paz del cuerpo entregado por todos nosotros que, Afligidos, lloramos su pérdida.
Nazareno de Santiago encontró en Santa Cruz al Cirineo que aliviara su carga y, recordando ese gesto, pidió Clemencia para todos nosotros cuando estuvo en la cruz.

Jesús Flagelado anticipó la ignominia de la exposición del torso lacerado y Atado a la Columna y el escarnio de quedar convertido en Ecce Homo, siendo Rey, y ver transmutado su cetro en Caña.

En ese momento, todos éramos y estábamos. Nuestra historia era completa, apoyados los unos en los otros, sintiendo cada uno la importancia de su participación y, a la vez, sabiéndose un eslabón de la cadena que, año

tras año, recupera la emoción colectiva y en el recuerdo de nuestros mayores encuentra el camino por el que discurren las vivencias de nuestros hijos.

Semana Santa en Rioseco, ¡cuánta vida despiertas rememorando cada año la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor!

JULIO DE LAS HERAS GALVÁN
Presidente de la Junta de Semana Santa